Madrid, marzo 3 del 2000
Por ahora, la impunidad consumada.

Pinochet el genocida, llego a Santiago de Chile porque el gobierno inglés le permitió la huída de la justicia.
La justicia que los gobiernos europeos cacarean constante y demagogicamente cuando se trata de sus derechos o de zonas política y económica estratégicas  

Pinochet fue recibido por sus pares: los militares asesinos, su familia de chacales, y la derecha recalcitrante. 
Los genocidas aliviados, tienen por defensores y socios a insospechados compañeros de ruta : la tercera vía, la de lavarse las manos, la de ponerse junto al interés del capital que implementa genocidios. 
Pinochet bajó del avión pisando una alfombra roja, roja como la sangre de sus víctimas, a quiénes Straw, Blair, Aznar, Matutes, les han denegado una vez más, el derecho a la justicia.
Cabe preguntarse, en función de las consideraciones humanitarias esgrimidas a favor de Pinochet, que si se tratara de víctimas del primer mundo, esos despreciables personajes, actuarían igualmente en la protección de Adolf Hitler. 

A Pinochet se le imputó en las actuaciones judiciales por crímenes de lesa humanidad donde las pruebas condenatorias exceden límites imaginarios. Una convención contra el genocidio emitida en 1948, alumbraba después del holocausto nazi, espacios de justicia y de conciencia. Una convención -a más de 50 años de promulgada- se aplicaba novedosa y excepcionalmente. Pero duró poco la ensoñación. Las leyes no se aplican contra los poderosos y los ricos. Las leyes se aplican furibundamente contra los pueblos y contra todo aquel que no se someta. A quién lo dude, sólo le bastará asomarse a las celdas de los presos políticos para encontrar sobradas respuestas. 
Muchos han pretendido los caminos judiciales asépticos, despreciando la movilización popular y los reclamos callejeros. Straw-Blair y los pactos intergubernamentales, echaron por tierra la justicia impoluta.
Muchos pretenden hacernos creer que en Chile se le juzgará. La hipocresía es lisa y llanamente, complicidad. 
Los genocidas en arrestos domiciliarios, por razones de edad o de incontinencia, es una burla cruel a los miles de desaparecidos, torturados y asesinados. 

Lo andado hasta el presente en pelea desigual, para que la memoria sea el compromiso de futuro y de justicia, no se borrará por esta decisión oprobiosa ni por todos los que colaboraron en su elaboración y puesta en práctica, ni por peores obstáculos : más temprano que tarde, la lucha popular abrirá las anchas alamedas por dónde caminarán las mujeres y hombres dignos que jamás olvidaron ni perdonaron. 

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